La celebración de los Días de Muertos en Oaxaca es una ceremonia popular que invoca a los espíritus de los ancestros para invitarlos a “convivir” en el mundo terrenal, por lo que se procura agasajarlos en la forma más atenta para que las ánimas de los difuntos puedan visitar a sus parientes. Los muertos retornan a su hogar porque son atraídos por sus antiguas pertenencias o por el amor de sus deudos.
Es posible asegurar que ninguna población de México permanece indiferente a tan arraigada tradición, que de alguna forma fortalece los vínculos familiares, evocando la memoria de los seres queridos.
Existen vestigios de las representaciones de la muerte llevados a cabo por las diversas culturas que florecieron antes de la llegada de los españoles. Dichas culturas sostenían que con los vientos fríos del norte, llegaban los espíritus de sus muertos a visitarlos y para recibirlos organizaban fiestas en su honor.
Desde la evangelización de Oaxaca, llevada a cabo por los dominicos Fray Gonzalo Lucero y Fray Bernardino de Minaya, a la cabeza de un sinnúmero de misioneros, se implementaron las fechas para celebrar a los Fieles Difuntos, tomándose como resultado del culto a los muertos que ya tenían los pueblos aborígenes y las preces de la Iglesia por los antepasados.
En la actualidad, la celebración de Muertos se inicia a mediados del mes de octubre con la adquisición de los productos que habrán de colocarse como ofrenda en un altar. Desde muy temprano, los mercados se instalan y se visten de olores y colores característicos, entonces comienza la concurrencia de deudos.
Puede encontrarse entre los productos característicos de la temporada: el mole negro, los dulces oaxaqueños, entre los que no puede faltar la calabaza en conserva, las manzanitas de tejocote y el nicuatole, acompañados por el chocolate y el pan de muerto. Todo esto y las frutas de la estación son elementos que se utilizan para adornar los Altares Muertos y para rodear las ofrendas que se colocan en honor a aquellos que han partido ya de este mundo.